Hemos mentido demasiado, quizá todo el tiempo lo hacemos. La palabra se gasta por la mentira, decimos mucho y poco sabemos. Lo que creemos saber es mera apariencia, por eso confiamos ciegamente en nuestro lenguaje y modo de nombrar las cosas. Todo lo que digo no es cierto, pero disimulo que si, a veces sé que no, pero hago como que si. Y entre el sí y el no, descanso sobre el simulacro del conocimiento de mi misma y de los otros. Me dicen que el poetizar es el camino (Heidegger), pero yo no sé que es eso. Tal ves, por ello no alcanzan las palabras para expresar lo que realmente sentimos. Las metáforas están muertas, queremos metaforizar pero ya no encontramos ese ritmo que punza el corazón despavoridamente. Parece que hasta los poetas han desaparecido, y algo nuevo debe aparecer según nuestra ya gastada certeza lógica. Y si no apareciese nada, ¿Qué haríamos, seguiríamos hablando inútilmente creyendo que realmente decimos algo importante?. Hablamos porque nos hemos perdido, y para encontrarnos tenemos que callar. Alguna vez me pidieron que callara, no hable durante dos días, ni una palabra, al terminar sentía que ya no lo necesitaba, que era inútil. Te quedas tan tranquilo, sin desear nada. Por eso digo que lenguaje y deseo son lo mismo. Se habla porque se desea, buscamos eso que nos falta y cuando lo conseguimos volvemos a llamar de nuevo al deseo, nunca estamos saciados, deseamos todo el tiempo.